A los siete días de haber celebrado la fiesta de la Asunción de María a los Cielos, sin haberse corrompido su cuerpo virginal, del que nació Cristo, honra la Iglesia con esta festividad que viene a ser como una continuación lógica de aquella.
María, por ser Madre de Jesús, el Redentor y Señor del Universo, participa en la soberanía y realeza de su Hijo, que es Dios y que con toda razón pudo de decir: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra».
En el Antiguo Testamento se dan figuras o tipos de la Realeza de María: Varias mujeres prefiguraron, con los propios defectos de toda figura, a la que había de ser la Reina del Universo, María Santísima: Esther, Betsabé… a su modo prefiguraron, por el amor que el Rey les tenía y por el poder que les dio, el inmenso amor que Jesús—Rey del Universo— profesa a su Madre María y el haberla hecho Mediadora Universal de todas las gracias.
S. S. Pío XII, el 1 de Noviembre de 1954, en la Plaza de San Pedro de la Ciudad del Vaticano, proclamó la Realeza de la Santísima Virgen María como Verdad Fundamental de la Iglesia Católica, ante miles de fieles
El primer domingo de Noviembre de 1954, Año Santo Mariano, a las 10 horas de la mañana, desde el balcón principal de la Basílica de San Pedro, el Papa Pío XII,
durante la ceremonia de clausura del Congreso Internacional Mariológico, que incluía la Coronación Canónica de la Virgen Salus Pupulis Romani, que se venera en la Basílica de Santa María la Mayor, proclamó la Realeza de la Virgen María como Verdad Fundamental de la Iglesia Católica,
“La realeza de María es una realeza ultraterrena, la cual, sin embargo, al mismo tiempo penetra hasta lo más intimo de los corazones y los toca en su profunda esencia, en aquello que tienen de espiritual y de inmortal. El origen de las glorias de María, en el momento culmen que ilumina toda su persona y su misión, es aquél en que, llena de gracia, dirigió al arcángel Gabriel el Fiat que manifestaba su consentimiento a la divina disposición, de tal forma que Ella se convertía en Madre de Dios y Reina, y recibía el oficio real de velar por la unidad y la paz del género humano”. (S. S. PIO XII, Alocución “Le testimonianze”, 1 Noviembre 1954.)
Ante la alegría y el entusiasmo de los presentes;
“… el Santo Padre colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra Señora, protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte llanto entre la gran multitud congregada en Santa María la Mayor, gritando ¡Viva la Reina!. El Papa nombró a la Virgen, Reina de cielos y tierra, y decretó que se celebrara una fiesta especial para honrarla bajo ese título…”.

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