Autobiografía de Don Domingo C. Sanchez Mesa

Ya cumplidos los ochenta años se me hace difícil, y por otra parte fácil, escribir una síntesis de mi vida, tal como se me pide, partiendo de mi infancia y llegando ya a mi ancianidad que es en la que ahora vivo, rodeado de mi familia, en Granada, en mi estudio, y aún dedicado, cuando me apetece y puedo, a modelar el maravilloso barro. Se me hace difícil, porque son muchos los recuerdos que se me agolpan en la memoria, desde que yo era n crío; después de mi mocedad, mis alegrías, dificultades, esfuerzos, ilusiones ya pasadas, mis primeros trabajos, el taller y mis colaboradores. Han sido muchos años de trabajo ilusionado, dedicado siempre y fundamentalmente a estudiar y realizar esculturas de tema religioso que desde niño yo soñaba ver en los altares, como verdadera vocación religiosa. Yo siempre así lo he sentido y así lo he practicado, y de ello ahora sigo estando orgulloso. Difícil también porque a mi edad siento un enorme respeto por la responsabilidad que los ya viejos tenemos con las nuevas generaciones a las que vemos, unas veces ilusionadas y tantas veces vencidas por el desencanto ante las dificultades. ¿Cómo entenderán si les recuerdo yo ahora cuáles fueron los medios con los que contábamos, allá por los 14, y cuáles eran los ambientes para muchos de nosotros en esta Granada? ¿Servirá esto para que valoren más, aún a pesar de las dificultades, lo que ahora tienen? Es difícil. Pero también es fácil, porque a mi edad, se está tan libre para decir realmente lo que se ha vivido, que por verdadero deseo de aprender se está en buena disposición, si se supera la vanidad, o sencillamente exponer lo que uno ha buscado y a mostrar los resultados, aunque estos ahora no parezcan muy inferiores a los que pretendimos y buscamos con tantos esfuerzos y sacrificios pero siempre con una ilusión enorme. 

Mi rigen y mi infancia son muy sencillos, aunque ahora el recordarlos no dejo de reconocer que hay en ellos algo de original e incluso excepcional. Nací en un pueblo de la Vega de Granada, Churriana de la Vega, el día 1 de San Cecilio, el 1 de febrero de 1903, en una familia sencilla y de hondos principios religiosos. La ocupación predominante en el pueblo era el trabajo en la vega, casi huerto, todo de regadío, pero mi padre era administrador de la casa DURAN CANAL. Recuerdo ver en casa unas preciosas máquinas de coser y unas

Churriana de la Vega, lugar de nacimiento del insigne escultor.

gramolas de altavoz. Mi padre Antonio Sánchez Molinero y mi madre Natalia Mesa Montero, vivieron desde que se casaron siempre en el pueblo, donde también un huerto, en el llamado Barrio Bajo junto a la acequia, que para mi era todo un jardín y un sitio maravillosos, aunque la verdad recuerdo fueron pocas las veces que yo trabajé para él. Fui el tercero de una familia de siete hermanos, si que yo conozca haber tenido ningún antecesor relacionado con el arte. 

Aprendí a leer y escribir en la única escuela nacional del pueblo, (hoy hay un instituto y muchas escuelas), donde sí recuerdo era el primero y que el maestro D. Joaquín Jiménez Uceda, persona cariñosa y querida, me animaba al ver en mi ciertas cualidades poco frecuentes en aquel ambiente. En las inspecciones era yo siempre quien recitaba, leía y dibujaba. ¿De dónde e venían aquellas habilidades? Recuerdo que , por infantil ingenio, mis juventudes hechos por mí, eran los que mejor funcionaban. Mis cometas eran envidiadas por todos y mis dibujos y habilidades por todos eran también reconocidos.

De los hechos y sucesos que más me impresionaron de aquellos primeros años, fueron la primera vez que mi padre me trajo a Granada a ver la Catedral y la Alhambra, la llegada del primer avión a Armilla, el año 10, la instalación de la luz eléctrica, y las líneas de tranvías en el 11, hoy desgraciadamente sustituidos por autobuses.

Hay en mis recuerdos de la infancia, otro capítulo que creo puede ser indicativo de mi vocación y éste es mi relación con la Iglesia. A mi abuela le encantaba llevarme a los cultos religiosos y sus historias y las ceremonias solemnes, cantos, luces, campanas, procesiones, me atraían tanto que para mi se hizo frecuente asistir como monaguillo a los mismos. Era párroco por entonces D. José Centeno García. Allí comenzó a interesarme, lo que ahora puedo llamar, ese mundo maravilloso del arte religioso. Cada altar y cada escultura, eran para mi un sinfín de preguntas. ¿Cómo estarán hechas? Recuerdo que aparte de gustarme intensamente el bello repicar de las campanas, me impresionaba el paisaje que se veía de Granada desde la torre de la Iglesia y de la Ermita. Vi por primera vez algunas de aquellas montañas de cerca cuando mi padre me llevó a Moclín, a cumplir su promesa. Era un niño de 7 u 8 años y como juegos dibujaba todo lo que veía, y sobre todo reproducía, con herramientas rudimentarias, los altares y adornos de la Iglesia. Ahora recuerdo cómo iluminaba mis altares que montaba en la sala de trastos viejos de mi casa, ante la extrañeza de los demás, con gusanitos de luz atados a los adornos. ¡Aquello era fantástico!: todo cerrado y las luces se movían como de verdad. Nadie me había hablado de arte, ni de pintura, ni de escultura. Sólo el maestro rara vez se refería a estos temas, pero sí es cierto que yo ya hacía mis primeras esculturas con el barro de la acequia que en verano era la playa donde toda la chiquillería nos bañábamos. 

Llamaron la atención todas estas cosas primero al maestro que aconsejó a mi padre viniera a estudiar a Granada, y también a un amigo de mi padre: Juan Muñoz, tenedor de libros en la oficina de DURAN CANAL, que por cierto recuerdo que dibujaba muy bien, y gracias a la tenaz insistencia de ambos yo vine a Granada a estudiar, primero a los Escolapios y después, ya a los 14 años, y al no poder hacer frente mi padre a los gastos de unos estudios superiores, ya que el cupo de becas estaba “agotado”, pasé como aprendiz al taller del escultor imaginero Eduardo Espinosa, discípulo de Ojeda a quien siempre agradecí su amabilidad y corrección de buen caballero. En su casa inicié mi aprendizaje y allí encontré, en parte, algo de lo que yo tantas veces antes había soñado. Modelar, tallar la madera, policromar y herramientas para trabajar los materiales. Aquel ambiente me pareció maravillosos. Allí trabajaban entonces un sobrino del maestro también llamado Eduardo, como aprendiz de escultor; Manolo Aguilar, carpintero ensamblador y antes habían colaborado con Espinosa, Roldán, Paco Muñoz, Luis de Vicente, y el ensamblador Romero, compadre del maestro. Se habían ocupado en los trabajos de la Iglesia de los Redentoristas hacia poco tiempo.

En Granada había también otros talleres, como el de Navas Parejo, con mayor empeño de empres a lo catalán y valenciano y el de los Peregrin. Eran ciertamente años malos y de crisis.

Recuerdo la primera vez que como aprendiz me mandaron preparar barro para modelar. El maestro iba a modelar una imagen de la Inmaculada. Una de las faenas que más me agradaban era preparar el barro, porque mientras lo hacia modelaba libremente. En esta ocasión, no sin cierto miedo, me atreví a montar el barro y a comenzar a modelar la figura. Cuando el maestro la vio, me acuerdo me dijo: “¿Tú te atreves a seguir?, pues sigue”. Y ante el asombro de mis compañeros continué y acabé la figura que después, ya cocida se puso en unos jardines que había a la entrada de la Iglesia de los Capuchinos en el Triunfo. Aquello me dio nuevos ánimos y emocionó a mi padre, que ya rezaba a una imagen hecha por mí. 

El deseo y la ilusión de hacer me sostenían. Día a día, la mayoría de la veces andando, venía de Churriana de la Vega a Granada. Frío, calor, lluvias, heladas, todo lo pasábamos un grupo de jóvenes que desde el pueblo veníamos, unos a estudiar sólo y otros a trabajar y estudiar. Solíamos comer toda esta ilusionada juventud, (ya contábamos nuestros 17 años), en una pensión de la plaza de la Trinidad llamada Tibidabo, que nos cobraba por el almuerzo 1,50 ptas. Por las tardes, al terminar el trabajo, por el que ya cobraba 3 ptas. Diarias, tenía que volver al pueblo. Intenté asistir a las clases de la Escuela de Artes y Oficios, que eran todas nocturnas, pero eso no me fue posible hasta que fui ya mayor y mi padre me autorizaba a regresar más tarde. Pero yo tenía mi estudio en casa. Allí modelaba, tallaba y hacía mis trabajos. Poco a poco el oficio dejaba de tener secretos para mí, y entonces fue cuando yo busqué a mis maestros estudiando con verdadera devoción las esculturas de los Mora, de Pedro de Mena, de Alonso Cano, de Siloe, de Ruiz del Peral, de Duque Cornejo. El apostolado de la virgen de las Angustias me encantaba. Desde allí cerca se tomaba el tranvía para Churriana, y eran muy frecuentes mis visitas al templo de la patrona. Recuerdo que todo esto me ilusionaba más que hacer retratos, que también los hice, o dibujar los yesos con carboncillo, lápiz compuesto y difumino. Yo copiaba en barro las obras de los más importantes imagineros, y pintores, directamente o a través de reproducciones fotográficas y estampas, con las dificultades que esto suponía. Estudiaba los estilos artísticos en un libro, para mi precioso, llamado, Apollo, y allí leía y soñaba. Yo no tuve ni mecenas, ni padrinos que me orientaran por otros caminos de aquellos que eran los que a mi me gustaban. 

Asistí a las clases de dibujo de D. Joaquin Capulino, que al año de trabajo, y al ver lo que yo hacía en madera y policromaba, recuerdo me aconsejó me dedicara a la escultura ya directamente y que modelara del natural. Por otra parte yo tenía que trabajar al salir del trabajo. En casa éramos muchos.

Por aquel entonces, sería el año 24, se comenzó en el taller una obra, que por problemas económicos, se alargaría varios años, en la que trabajamos los ya más aventajados: el grupo de la Santa Cena de la Iglesia de Sto. Domingo. El boceto, en el que yo trabaje nos brindaba la oportunidad de tallar figuras de tamaño casi mayor del natural. Del grupo yo tallé directamente, sin puntos, el S. Pedro, S. Felipe y S. Simón, que por iniciativa y a mi costo, copié de un buen hombre que hacia la limpieza del taller. El resto lo tallaron, el Maestro, Benito Barbero y Eduardo.

Recuerdo con verdadera añoranza aquellos días de trabajo e incluso de rivalidad entre nosotros mismos. Por el volumen de la obra, nos trasladamos a unas dependencias abandonadas de la Iglesia de Sto. Domingo, que las prestaron gratis. En aquel ambiente de talleres, distintos por supuesto al de la Escuela, se aprendía a proyectar, tallar y a terminar. Se trabajaba duro en colaboración bajo la dirección más o menos intensa del maestro, que nos pagaba un salario y que nos exigía también un rendimiento. Después, cada uno ampliaba estudios si quería y donde se podía.

Para entonces yo ya me había formado mis planes para el futuro, aún reconociendo la dificultad del camino escogido, pero de todo recuerdo s podía sacar aprendizaje. Para Navidades se hacían pastores y realmente experimentábamos la gracia con que podían quedar plantadas aquellas figuras. Para mi eran ejercicios de composición y de expresión. De aquellas figurillas a mediano tamaño, y después policromadas, ahora me gustaría tener alguna. La gracia y el encanto popular de los Belenes de Salcillo, conocido por estampas, nos inspiraba y servían de modelo.

Este ambiente así recordado, sin tristezas ni desagradecimientos, no era ciertamente el más idóneo para formar artistas en lo “moderno”, pero quien quería, estudiaba y profundizaba de los grandes maestros y del natural. En este sentido nunca me ilusionó la vida del artista bohemio. No se si equivocadamente o no, no frecuentaba tertulias de artistas ni de críticos. Mi trabajo y los temas en los que yo me encontraba a gusto sólo interesaban a unas determinadas personas, tanto cultas como sencillas. Para esta especialidad de la imaginería no solían dar becas ni ayudas de las que yo nunca disfruté. Todo lo conseguí con mi esfuerzo y vocación, pues ya he dicho, no tuve ni mecenas ni grandes mentores y en esto tengo que aclarar que durante mi vida, también en la juventud, mis firmes principios religiosos siempre me acompañaron, y que me agradaba leer las meditaciones sobre los misterios y pasajes de la vida y pasión de Jesús, de la Virgen y de los Santos que me inspiraron para sentir más hondamente mi trabajo, para sentir sencillamente la emoción íntima y espiritual de mi oración. Cuando tallaba una imagen atendía a lo artístico sin olvidar lo devocional de nuestra propia tradición que conocía y sentía. 

Del servicio militar me libre por el sorteo, por lo que no interrumpí mi trabajo. Más tarde también mi vida particular cambió. En 1931, el 14 de mayo me casé. Mi mujer, Trinidad Martín Moreno, también natural de mi pueblo, me ha dado desde entonces, con su bondad y cariño lo mejor de mi vida. Su comprensión, espíritu de sacrificio y carácter animoso, han sido, creo yo, causa de mis éxitos y felicidades. Tuvimos cuatro hijos: Jesús, que tristemente murió a los seis años, en 1937- aquello fue el más duro trance de mi vida-. Concepción, que hoy es Catedrático de Dibujo Artístico y Pintora, Domingo, Catedrático de Historia del Arte de nuestra Universidad y también escultor cuando quiere y María de la Trinidad, que con claras dotes para el dibujo, ha preferido hacer de su vida servicio a los enfermos como Diplomada en Enfermería. Siempre he pensado que Dios me ha recompensado con creces, ya en esta vida, con mi familia, lo que yo podía merecer por dedicarle siempre mi arte y mi trabajo.

En general fueron años muy difíciles los de los 30, y el trabajo no abundaba y menos el arte religioso. Sin embargo yo tenía encargos y decidí despedirme del taller de Espinosa y trabajar ya definitivamente por mi cuenta.

A PARTIR DE 1935

Mis estudios sobre los imagineros granadinos, no solo atendían a las formas de los paños y a las anatomías, sino también a la policromía. Estudié estos capítulos con interés y mis imágenes pueden testimoniar los resultados.

En 1934 inesperadamente recibí varios encargos de cierta importancia para Motril, por lo que me trasladé con mi familia a esta ciudad. Allí proyecté e hice el kiosko de la Música, en el paseo, con unos grandes relieves de los grandes compositores músicos y figuras alegóricas. Este trabajo me obligó a estudiar y practicar técnicas distintas a la talla en madera. Lo trabajé en el mismo espacio público, venciendo los calores y otras tantas dificultades de materiales y de falta de colaboradores formados. También hice mi primer Crucificado de tamaño natural, para las religiosas Dominicas. En madera de pino, de estupenda calidad, hice yo mismo el embón y directamente lo tallé. Allí puse mucho de mi sentimiento. Estudié del natural, al que consultaba con modelo, y recordaba a Cano y a Mora. Lo representé serenamente muerto. Acabado de tallar, lo policromé y se colocó en su Capilla en días ya difíciles para estos temas. A los tres años fue quemado en la plaza del pueblo, frente al convento según me informaron después. 

Fueron tiempos paradójicamente de gran actividad para mí. Hice también un Virgen de Belén y otro Crucificado, también quemado, para la Parroquia de la Divina Pastora, donde estaba de párroco mi paisano y gran amigo , el ejemplar y bondadoso sacerdote D. Manuel Martín Sierra. Él me animó a seguir allí y allí también hice un S. Cayetano para Jolucar, una Virgen para Gabia, y otros que ya no recuerdo. La guerra civil, con su trágica sombra, nos angustió a todos. Pensé que una vez acabados aquellos encargos, debería volver a Granada donde pasé la contienda y compartí sufrimientos y tristezas. Allí en Motril murió fusilado, junto a otros religiosos ancianos agustinos, frente a la Iglesia, en la plaza, mi buen amigo y ejemplar sacerdote D. Manuel Martín Sierra, que voluntariamente quiso quedarse allí, porque, como él decía, “sólo se había dedicado a hacer el bien a todos y nada temía”. 

Pasados aquellos tristes sucesos, de sufrimientos físicos, de privaciones y de angustias que hay que olvidar, rehíce mi vida y monté mi estudio en Granada, en la Carrera del Darro, en la hoy restaurada casa de las Chirimías. Allí en la planta baja, trabajé con férrea ilusión. Sólo, también hice frente a mis primeros encargos en i nuevo estudio. Allí tallé un S. Roque para Arjonilla, una Virgen del Pilar y una Milagrosa para Motril y un S. Antonio para Lobres y otros más. Allí me conoció D. Rafael Latorre, que se quedaba admirado de mi forma de trabajar, directamente sobre el bloque de madera, sin puntos. Por entonces ya trabajaba con él mi amigo y pintor López Vázquez. Al poco tiempo, y por necesidad de un estudio más amplio, con vivienda en el primer piso y curiosamente con un huerto en la parte alta, bajo las Torres Bermejar. Allí mantuve mi taller hasta 1952 que me trasladé a esta casa donde hoy vivo, en el barrio de la Magdalena, calle Buensuceso. 

En la calle de las Animas, los encargos se continuaban. Allí trabajé mucho y recuerdo con satisfacción y alegría que pude dar trabajo a compañeros que lo necesitaban. Mis obras las modelaba primero en bocetos, que cuidaba en detalles, proporciones y expresión religiosa, y que después, definitivamente, tallaba en madera y las policromaba. En esta época ya tenía aprendiz y colaboradores. Conmigo trabajó Antonio Reyes, escultor; José Romero, carpintero ensamblador y más tarde, mi sobrino Bernabé, José Castro Llamas; Aurelio López Azaustre: Agustín Calero; José y Manuel Rodríguez; Juan Huertas; Manuel García, cada uno haciendo y progresando según sus cualidades. Más tarde se incorporó mi primo José Mesa y M. Rivas. 

Fue Rafael Latorre, quién me animó a que expusiera públicamente en el escaparate de los Almacenes La Paz, en la Gran Vía, un Nazareno que tallé para Competa en 1940. Esta figura es de vestir, inspirada en nuestra imaginería barroca, llamó poderosamente la atención y tras ella recibí muchas visitas en mi estudio de clientes y personas interesadas e investigadores en este arte. Entre ellas alguien me propuso montar un gran taller para producir en serie, algo así como una S.A. Nunca fue esta mi meta porque siempre pensé que este trabajo era personal, de creación individualizada para cada una de las obras, y así lo hice. Estudiaba mis bocetos y proyectos, que tallaba y realizaba con la ayuda de mis colaboradores, modelando, así como la policromía y la terminación. Mi trabajo lo hacía delante de mis colaboradores y discípulos, y ellos son testigos.

El año 1943 recibí el encargo del grupo escultórico de la Oración del Huerto y del Cristo de los Escolapios para las cofradías de Semana Santa de Granada. Fueron encargos con prisas, no bien pagados y el primero con el pie forzado, por parte de la cofradía, de que tenía que ser una versión del grupo de Salcillo. No obstante presenté dos modelos, uno original y otro según la obra del artista murciano. La decisión parece la tomó la Cofradía, según el consejo del entonces cardenal Parrado. Mi versión era más cercana a nuestra escuela y concretamente a Cano en el ángel, que inclinado hacia Jesús le mostraba el cáliz de la pasión. Modelé a tamaño natural las figura, estudiando el desnudo del ángel del natural e intentando dar al conjunto la monumentalidad que, según mi opinión, le falta al grupo original. Cuando modelé este grupo no conocía directamente las figuras de Salcillo, quizás esa fue la causa, de que aún siendo una copia, tengan sus distintos matices. El Cristo lo tallé completo, frente a ala idea de los clientes de que querían fuese de vestir al igual que el original. 

El cristo de los Escolapios, representaba la Expiración de Jesús. Pensé sería apropiado esta expresión de terrible soledad ante la muerte, -con la mirada hacia el cielo, pidiendo perdón para todos y entregando su espíritu al Padre-, para emocionar a los fieles en devoción.

La obra, que hoy recibe culto en la Iglesia de los Escolapios, la policromé intencionadamente en esos tonos claros, pensando en que tendría que destacar en el espacio abierto de la calle al ser procesionada. Antes ya había realizado este tema en varias ocasiones. Recuerdo el grupo que hice para Villanueva del Arzobispo de Jaén, con las figuras de S. Juan, la Dolorosa y la Magdalena.

En aquel estudio junto a la Alhambra, entre otras hice, para Almería, el grupo de S. José enseñando a Jesús Niño, hoy en la Iglesia de S. José, para donde también hice otras obras, todas hacia 1946, algunos de cuyos modelos aún conservo. Se siguieron encargos ininterrumpidamente para Jaén, Málaga, Zaragoza, y para otros lugares de las provincias de Granada y Sevilla. Especial recuerdo guardo de las figuras del Sagrado Corazón del Sagrario de la Catedral de Málaga y los Nazarenos de Loja y Motril. Figuras de talla completa.

El trabajo en el taller, como era tradicional, no sólo se limitaba a imágenes, era frecuente también el encargo de retablos y demás adornos para las iglesias y cofradías. En estos casos el estudio de nuestro barroco me fue necesario. Había en Granada muy buenos tallistas, pero predominaban los de muebles. Saber interpretar el movimiento de las hojas, tallos, florones, volutas y después a tamaño definitivo los adornos que tallaban los tallistas. En este tipo de trabajos, lo más grave eran los presupuestos, que difícilmente permitían, salvo casos muy aislados, tratar las obras con la riqueza que pedían. Siempre procuré la corrección de módulos y la armonía entre los oros y los colores. Ejemplos podía recordar como el retablo de la Capilla del Sagrario en la Iglesia Parroquial de la Encarnación de Motril, para el que también hice la Imagen del retablo para la Iglesia de las Carmelitas Calzadas en Granada, al que después se le añadió por otro taller, el manifestador y unos ángeles en torno a las pilastras. De gran utilidad me fueron los tratados de arquitectura de Palladio, Vignola y Scamozzi, en edición moderna y para oficios y otra de 1972 por DELAGARDETTE.

Especial éxito alcanzó una imagen de S. Luis que, por encargo de P. Muriel, de la compañía de Jesús, hice para el noviciado de los Jesuitas en el Puerto de Sta. María. El tema de la contemplación amorosa y delicada del joven místico sobre el crucifijo me preocupó, sobre todo, pensando en la función y el destino que la imagen tenía. Del mismo modelo después talle dos versiones.

En plena entrega al trabajo, yo no tenía horario y, después de dar de mano mis colaboradores, me quedaba solo en el estudio corrigiendo y estudiando lo que se hacía. La consulta asidua a las obras de los grandes maestros del arte del Renacimiento y del Barroco me servía para conectar también con las devociones tradicionales, que se traducían en tipos ya populares pero no por eso faltos de valores artísticos. Lo que para otros escultores significaba detalles negativos o secundarios, para mí eran importantes. En esa línea insistí y mis conocimientos en la talla del plegado, del desnudo, que estudiaba en el natural y en los clásicos textos de anatomía de Esquivel, conseguía que mis obras fueran siempre correctas de cánones y con contenido piadoso. Atendía a lo que otros hacían, visitaba las nacionales, pero realmente me recreaba más en mi mundo, que también veía tenía sus propios y personales valores. Vivir fuera de Granada nunca fue mi ilusión.

DESDE 1952

En el año 1952 trasladé el estudio a esta casa, donde hoy vivo, que por su amplitud en la planta baja me ofrecía más comodidades para este complicado oficio que es el de escultor y más imaginero. Su patio y su jardín han sido mi mundo, que ahora se alegra con mis nietos. Uno de los primeros trabajos que hice aquí fue un grupo de figuras, encargadas por el jesuita P. Lucas, para la Iglesia de S. Hipólito de Córdoba. Fue un S. Ignacio, un S. Francisco Javier  y un S. Francisco de Borja. Hoy reciben culto en aquella ciudad en un bello retablo lateral de aquella Iglesia. Estudié con gran interés estas figuras, procurando diferenciar los rasgos de cada uno de los santos y sus atributos. Ya antes había tallado para Granada, para la Iglesia del Haza Grande un S. Francisco Javier que me encargó el P. López. Los originales en barro, sólo los conservo en parte. Me preocupó dar a las cabezas profundidad de contenido y fuerza expresiva y comunicativa componiendo las figuras con aplomo y con austeridad de policromía. Recuerdo y guardo con cariño bellas cartas que me escribió el P. Lucas, donde me comunicaba lo que habían gustado las obras. 

Relacionado con estas obras me encargaron uno de los trabajos quizás de mayor envergadura. La nueva orden de religiosas “Obreras del Sagrado Corazón de Jesús” fundadas por el P. Castro, jesuita y Sor María Jesús Herruzo, levantaba un nuevo templo, Casa Madre, en Villanueva de Córdoba. La ilusión de la fundadora y su bondad y entrega de espíritu, hizo posible algo verdaderamente difícil. La nueva Iglesia, planta de cruz, hecha con sillares de piedra de granito, se ornamentó con un gran retablo en el altar mayor, otros dos en el crucero y dos en los brazos. Todos proyectados por mí y hechos en el estudio-taller.

El orden de los temas pudo así tener unidad. El tema del Altar Mayor es el de la Eucaristía. En el cuerpo central del retablo se colocó un Crucificado de tamaño natural, en relación con el Manifestador con el Testimonio de los cuatro Evangelistas, y delante el Sagrario. La monumentalidad del retablo dorado, ocupaba todo el fondo del presbiterio. Mármoles, plata y serpentinas alternaban con la madera dorada y la escultura policromada.

Relacionado con el tema jesuístico, en los altares laterales, de un solo cuerpo, se colocaron las figuras de S. José y de la Virgen, y en los del crucero, de dos cuerpos, S. Ignacio, S. Francisco  Javier y S. Francisco de Borja, aun lado, y el Sagrado Corazón de Jesús, S. Luis y S. Estanislao al otro.

Todo está realizado con un proyecto inicial que ya hice teniendo en cuenta proporciones, ritmos y equilibrios de color y de volúmenes. En los áticos de los retablos se situaron relieves alegóricos a la devoción del Corazón de Jesús y a la vida de S. Ignacio. Para la portada hice una gran figura en piedra del Buen Pastor con la oveja que posa sobre el hombre.

Todo este trabajo supuso dedicación, en proyectos, dibujos, bocetos y en ejecutarlo, durante varios años. La comprensión y respeto de la fundadora y el arquitecto de la Iglesia para con mis proyectos, hicieron  que se trabajara cómodamente, y siempre tuve excelentes colaboradores, de maestros ensambladores como José Romero y Tomás Hernández, buenos tallistas como Rojas, Eduardo, Manolo el Sevillano y oficiales de escultura que sacaban de puntos las figuras. Hoy sería difícil y encontrar oficiales tan formados. Estos trabajos en los que la colaboración motivaban siempre nuevas experiencias. El resultado fue positivo, y de allí vinieron nuevos trabajos para Córdoba, y para Granada, en la Iglesia, también nueva, de las religiosas Salesas y en el Convento del Santo Ángel.

El tema difícil del Sagrado Corazón, me ocupó también en muchas ocasiones, el celo devoto por esa advocación de sacerdotes como D. José María Plata, D. Antonio Bedmar y otros, hicieron que estudiara modelos y meditara en el contenido teológico y humano de esta devoción. La imagen que hice para Otura, por encargo de su párroco D. José María Plata, puede en cierto modo sintetizar una visión del tema. La monumentalidad y la fuerza expresiva no tienen porqué estar ausentes.

Los temas marianos fueron, desde el principio de mi carrera, motivo especial. En mis primeras cartas timbradas ya se lee como titular de mi estudio la “Inmaculada”. Todo este fervor especial hacia la Virgen arranca desde lo que viví en mi casa, donde mis padres tenían especial devoción a la patrona del pueblo, la Virgen de la Cabeza. Siempre que he modelado temas marianos he recordado aquellas oraciones en mi casa desde niño. Para la Línea de la Concepción modelé hacia 1960 una Virgen Madre. Buscando nuevas cosas y donde quise representar la expresión amorosa de la Madre con su hijo. Se hicieron varias versiones, para Huéscar. Los Guajares, Arenas del Rey y para el pueblecito de Sta. Cruz del Comercio. La simplicidad rítmica de esta figura quizás marca otro concepto en la representación de estos temas respecto a versiones anteriores realizadas para los Hermanos de S. Juan de Dios, en Sevilla, Madrid y Granada.

Como última etapa recuerdo, quizás con menores agobios, el Cristo atado a la Columna en piedra, para el cementerio de Granada, a tamaño natural; el mismo tema, tallado en madera para la cofradía de Vélez-Málaga, obra de especial dificultad por su estudio anatómico y el Cristo de la Caída, las figuras en la que se ofrece mi visión humana de la contemplación de Cristo atado a la Columna y en el suelo bajo el preso de la gran cruz. La expresión del rostro tenía que conmover y ser bella. En Vélez-Málaga reciben cultos estas dos últimas obras que pueden representar mi visión del tema de la pasión en estos años últimos de mi producción, junto al Cristo de la Iglesia de las Hermanitas de los Pobres de Granada.

Mi trabajo es realmente mi biografía. Dios me dio buena salud que me permitió entregarme sin descanso a mi vocación incluso hasta ahora. El Cristo Muerto de la Capilla de la Residencia de la Cartuja, que dejé acabado a finales del 76, encargado por el P. More, marcó un paréntesis. En Enero del 77 un infarto y su posterior recuperación, me hicieron abandonar por primera vez en mi vida el trabajo por unos meses. Todos pensaban era ya la hora de mi jubilación, gracias a Dios y a todos los doctores y personas que me asistieron, fui poco a poco, recuperándome y al año ya podía tallar y modelar. La figura de S. Juan de Dios Muerto, en madera y marfil, del Museo de la Casa de los Pisas me devolvió mis ilusiones y recientemente en el 81 tallé para la Catedral de Almería una Santa Gema de tamaño natural, tema que llamó poderosamente la atención al conocer la biografía de la Santa.

Para estos últimos trabajos -el más reciente ha sido una imagen de la Santa canonizada por el Papa en Sevilla, Sta. Ángela de la Cruz, para Roma, fundadora de las Hermanas de la Cruz-, he tenido la ayuda de uno de mis últimos discípulos Miguel Zúñiga, artista con cualidades y con sentido de la talla escultórica. En esta imagen al igual que con la fundadora de la orden de las Hijas de María Inmaculada (Servicio Doméstico) que hice para varias ciudades españolas y americanas, estudié rostros directamente sobre fotos hechas a las Santas que vivieron en nuestro siglo.

Los barros últimos, hechos para recrearme y gozar con los temas marianos y de la infancia de Jesús, me vienen ocupando ahora, y es cuando más deseos tengo de seguir estudiando el barro y si pudiera con las gubias. Como siempre en ideas de mi mundo, del sublime mundo del arte religioso. De esto, aparte de mis obras , podrían dar fe muchos de mis clientes que fácilmente encontraron en mí su colaborador desinteresado cuando su ilusión de devotos me conquistaba. Mis obras están hoy en Catedrales, en Capillas, en importantes Iglesias y también en sencillos pueblos. He vivido de mi trabajo, trabajo que para mí fue siempre ilusión y ocupación de mi espíritu. Mi familia y mis amigos y colaboradores sí que los saben. Mi obra también sencilla está al alcance del fiel, también sencillo y también culto, si acepta el naturalismo como medio de representar artísticamente la naturaleza humana de Jesucristo. Quise ser escultor de temas religiosos desde el principio y así lo he sido y de ello estoy ufano, aunque siempre en el arte la superación le hace a uno ser consciente también de la limitación de sus obra. Mi historia, ya lo dije es sencilla, y quizás para algunos a destiempo. Muchas veces desde mi estudio he perdido sin darme cuenta, o queriéndolo, la actualidad. Puede ser porque esa actualidad me desborda o sencillamente porque no me gusta como forma para sustituir nuestras herencias de escuela y de temperamento. Lo melifluo o dulzón no tiene porqué ser la expresión de la religiosidad de nuestra época, que también necesita de formas y maneras populares diferentes.

Quiero añadir finalmente que siempre he mantenido buenas relaciones con mis compañeros, algunos fuera de Granada, como A. Cano y Carmen Jiménez, tanto a nivel profesional como a nivel humano. Siempre existió buena camaradería entre los talleres y escultores de Granada como fueron los de Prados López, Navas Parejo, Torres Rada, Roldán Plata, Paco Muñoz, Simón Olalla, López Azaustre, Luis Fajardo, Benito Barbero, López Burgos, en los que trabajaron muy buenos artistas y artesanos, aunque ahora algunos no quieran ver en esos ambientes nada más que aspectos negativos, olvidándose de los positivos, que sin lugar a dudas, por los menos para mí tuvieron. 

Me congratulo de haber impartido enseñanza a los que confiaron en aprender algo de mí, y a los que procuré, enseñar sin reservas en arte y en ética profesional. Corregí de sus colaboraciones lo que a mi juicio no está de acuerdo con lo proyectado, respetando siempre en lo posible las iniciativas válidas, para lo que a todos di oportunidades en el trabajo y en las distintas facetas del oficio de escultor imaginero. De todos los que de mí aprendieran algo, prefiero sean ellos, los que si así lo creen, lo digan, para evitar susceptibilidades y olvidos. Todos son mis amigos y a todos recuerdo.

Reconozco he sido muy descuidado en el tema de crearme un nombre por otro camino que no haya sido el abierto a mis obras. No ha sido costumbre mía la de recurrir a la influencia de la crítica, que para otros siempre se mostró fácil, aunque agradezco muy sinceramente cuanto de mí se ha dicho y escrito, incluso lo omitido, ya que lo pensado queda en el interior del pensante.

 La Comisión de Arte Sacro, siempre no sólo dio su aprobación a mis obras, sino que también las ha elogiado. No he sido artistas de Academias, ni de Exposiciones, ni de medallas. Solo en la primavera del 82 el Gobierno me concedió la medalla del mérito del trabajo. A las personas que la concedieron y a las que la solicitaron, mi agradecimiento. 

Me he honrrado con la atención que mis obras merecieron a entendidos y escritores, y por mi estudio han pasado desde los más ilusionados fieles y religiosos, hasta nuestros más prestigiosos profesores, críticos y periodistas. A todos ellos mi gratitud, así como a la Universidad de nuestra Granada que nos honra con su invitación a los escultores, incluso a este que es imaginero, ya que hoy es poco frecuente se atienda a este arte y a esta especialidad desde niveles intelectuales, tanto religiosos como laicos, circunstancias que motivan peligro para la continuidad de estas tradiciones y oficios. 

Domingo Sánchez Mesa

Granada, Mayo, 1983